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Bolivia: horas cruciales



En Bolivia la multiplicidad de acontecimientos que cimbran los propios cimientos de esa nación, supera la imaginación más febril o audaz. En las horas recientes, un presidente interino que renuncia no tiene a quien entregar su carta, pues el Congreso, destinatario de tan importante misiva, no puede sesionar en una ciudad ya no sólo cercada, sino ocupada por cientos de miles de indígenas aymaras movilizados hace más de dos semanas por mineros y cooperativistas que se han concentrado en el centro del poder para seguir exigiendo, junto a los vecinos de la ciudad de El Alto, la nacionalización de los hidrocarburos bolivianos.

Se barajan en Bolivia todos los escenarios posibles: que renuncien también el presidente del Senado, Hormando Vaca Díez, y el presidente de los diputados, Mario Cossío -ambos representantes de lo más selecto de la secesionista elite partidaria oriental-, a fin de que el presidente de la Corte Suprema de la Nación convoque a nuevas elecciones. Que se inste mejor a la Asamblea Constituyente de una vez, e incluso se han escuchado delirantes voces que piden que el ejército se haga cargo de "salvar la nación".

Mientras tanto, los movimientos sociales en su complejidad -vecinos, gremios, comunarios, pueblos indígenas, campesinos, regantes, obreros, etcétera- ocupan de facto más de dos terceras partes del territorio boliviano. Nada se mueve por los caminos ocupados por miles y miles de bloqueadores, los pozos petroleros y gasíferos poco a poco comienzan a ser ocupados por habitantes de pueblos cercanos y por pueblos indígenas movilizados, se cierran gasoductos y oleoductos de tal manera que los hidrocarburos no fluyen hacia Chile, que es uno de los principales puertos de salida de los combustibles bolivianos. Poco a poco, esta gigantesca fuerza indígena y popular desplegada, los miles y miles de hombres y mujeres que han expresado su decisión de nacionalizar su riqueza saqueada y de reconstruir democráticamente un país en el que todos quepan a través de una asamblea constituyente, comienzan a deliberar sobre los modos de levantar su propio autogobierno.

El primer paso en esta dirección ha sido la ocupación paulatina de las instalaciones petroleras, el segundo paso seguramente será, en los próximos días, la autoconvocatoria a la asamblea constituyente.

Mientras esto termina de suceder, la derecha boliviana está haciendo desesperados esfuerzos para reagruparse: el actual presidente del Senado, Hormando Vaca Díez, ha convocado al Congreso a la ciudad de Sucre para que, tras aceptar la renuncia de Mesa, se afiance él como presidente. Este ganadero oriental que pertenece al MIR -Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (sic), partido que ha participado en prácticamente todos los gobiernos neoliberales de Bolivia, incluido el del ex dictador Bánzer- desde ahora ha amenazado con aplicar mano dura, ofreciendo "pacificar al país", lo cual significa únicamente, dada la convulsión reinante, acudir al ejército hasta hoy acuartelado y descansar sobre el apoyo que seguramente ya ha obtenido Vaca Díez de la embajada estadunidense.

La cuestión más dura de la actual lucha boliviana es la relativa a la nacionalización de los hidrocarburos. En este punto, la confrontación se produce directamente entre la población sencilla de Bolivia y las corporaciones trasnacionales apoyadas por Estados Unidos. Por este motivo, respecto a la nacionalización se ha mostrado durante todos estos días el más dramático divorcio entre la sociedad trabajadora movilizada, que exige la recuperación de la riqueza saqueada por las corporaciones extranjeras, y las elites políticas que han intentado de todas las maneras posibles frenar la decisión indígena y popular ofreciendo futuras reformas y prometiendo consensos simulados.

¿Será posible que toda esa fuerza que despliega la sociedad trabajadora tanto boliviana como de las distintas nacionalidades que habitan en ese territorio logre poner un freno al saqueo? ¿Será posible que esta segunda oleada de la revolución boliviana en marcha, al ver fracasar su primer empeño de respetar un gobierno siempre y cuando "mande obedeciendo", decida empujar su autogobierno para, ahora sí, adecuar su funcionamiento a tal principio? La confrontación está abierta y en horas cruciales. Los hombres y mujeres honestos del mundo, quienes no lucramos con el empobrecimiento ajeno, tenemos hoy, cuando menos, el deber de oponernos a la intervención estadunidense que desde el domingo se planea en Miami para ahogar en sangre los esfuerzos de ese sufrido pueblo.

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